lunes, 16 de junio de 2014

Relato: La Humanidad - El guerrero alado (Parte II)

Hoy toca la segunda y última parte, por ahora, de la historia que nos presentó Marc Simó para que conocieramos a Artedil y su implicación en esta Guerra de Mitos. Espero que os guste tanto como a mi.



Ilustración de Marc Simó


El sonido de un llanto detuvo sus pasos, a la izquierda de la calle se abría una pequeña plaza con una fuente de piedra y un par de terrazas de bares desiertas, las sillas metálicas estaban desperdigadas y los periódicos del estanco habían volado por toda la escena y en mitad de todo… un niño.

El pequeño no debía tener más de 6 años, llevaba unos vaqueros azules y una camiseta roja con un dibujo de un extraño zorro con pelos en las orejas, con una mano sostenía un oso de peluche marrón casi tan grande como él mientras con el otro brazo se tapaba las lagrimas que caían por sus mejillas.

Artedil se acercó rápidamente, no había cuerpos por la zona así que el niño debía haberse separado de su familia mientras los ejércitos evacuaban la zona. Entre sollozos llamaba a sus padres, el guerrero se agachó para ver que no estuviera herido.

-Hola pequeñín, ¿estás bien? – dijo con voz tranquila.

El niño tardó unos segundos antes de poder contestar.

-Me he perdido, no se dónde está mi mamá – dijo enjuagándose las lagrimas con su muñeco.

-¿Cómo te llamas? – preguntó acariciándole el pelo para tranquilizarlo.

- Massimo – contestó.

Artedil miró alrededor, no sabía por dónde empezar, las explosiones no habían cesado por toda la ciudad mientras el ejército corría de un lado para otro siguiendo al grupo de asalto del Dios nórdico. Miró al chico, ese niño estaba sólo en mitad de una guerra de la que no tenía la menor culpa y tenía que ayudarlo.

-No te preocupes por nada Massimo, encontraremos a tus padres – dijo Artedil y le tendió su mano. – Ven conmigo.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del niño, reconfortando el corazón del guerrero. En ese momento un fuerte golpe resonó a tan sólo unos metros de ellos. El edificio de obra vista que daba a la plaza retumbó unos segundos, prácticamente sin tiempo a reaccionar otro estruendo salió del interior del edificio, esta vez la pared cedió, los cascotes saltaron por los aires en dirección a los dos. De un empujón, Artedil logró poner a Massimo a salvo de la trayectoria de las piedras, escondiéndose detrás de la fuente de piedra. Hizo un gesto con el dedo para que el niño comprendiera que debía permanecer en silencio y levantó la cabeza para poder ver si había más peligro.

El hueco del edificio se alzaba desde la calle hasta el tercer piso, de él salía un humo negro y denso que no dejaba ver el interior. Analizó las dos calles que daban a la parte trasera de la plaza, ninguna parecía mejor alternativa que la otra, pero si había algo en aquel edificio tenía que escapar y poner a salvo al niño. Cuando volvió a mirar al frente, vio como una luz intensa como el fuego se hacía hueco entre la humareda. Hasta que al final lo comprendió. << ¡Surtur! >> pensó a la vez que el gigante soberano de Muspelheim salía del edificio blandiendo una espada de fuego. Llevaba el torso descubierto para que nada pudiera entorpecer sus movimientos y tan sólo una holgada malla de hierro y unas pieles cubrían sus piernas. Sus ojos, brillaban debajo del yelmo de metal forjado, con la misma rabia que su arma mientras buscaban saciar su sed de sangre. Le habían prometido una batalla como las de antaño y sólo había podido aplastar algunas cucarachas vestidas con ridículos uniformes estampados.

- Tranquilo, todo irá bien, vamos – su voz sonó firme a pesar de decirlo en voz baja y con verdaderas dudas. –Tenemos que alejarnos de este monstruo - cogió al chico de la mano y corrieron hacia el pequeño callejón que había detrás de ellos.

Un rugido ensordecedor les hizo comprender que el gigante les había visto. Cuando alcanzaron la siguiente esquina, se dio cuenta que ambos callejones conducían al mismo sitio y se maldijo en silencio por el tiempo perdido en decidirse. El sonido de la fuente rompiéndose en miles de pedazos le recordó porqué estaban corriendo.

Torcieron a la derecha y después a la izquierda por Via Leonina hasta Piazza della Suburra, eso los alejaría de Surtur el tiempo suficiente para encontrar algún lugar donde esconder al chico y poder hacer un reconocimiento rápido de la zona. Unas escaleras de piedra parecían llevar a una calle más grande, eso podía significar encontrar a alguien del ejército con quien dejar al niño y poder dedicarse a ayudar en la ciudad o podía significar quedarse expuesto en mitad de una guerra.

El edificio contiguo tenía un establecimiento abandonado ante la urgencia del asalto, entraron, las sillas de cuero estaban rajadas y los espejos rotos por las múltiples explosiones, sin duda, Acconciature Maschili, había pasado mejores épocas. Pero el edificio parecía en buen estado. Escondió al niño en el lavabo del local.

-No te preocupes, todo saldrá bien. Voy a ver qué hay ahí arriba y luego vendré a por ti – dijo agarrándole con fuerza el hombro.

Massimo asintió, por alguna razón confiaba en aquel extraño más que en el gigante de fuego.

Artedil salió, subió las escaleras de piedra y observó con detenimiento la escena. La plaza era un triángulo que daba acceso a tres posibles salidas, al oeste se abría una calle que conducía directamente a Serpenti, y de allí de nuevo al Coliseo. Se adelantó unos metros para poder ver hacia dónde conducían las otras calles. Al Este, la calle volvía a dividirse en dos y en ambas opciones el terreno era cuesta arriba y torcían rápidamente a la derecha sin permitir ver que había más allá. Por último, al noreste, la Via Cavour, parecía la mejor opción. Era una calle recta, ancha, con callejuelas y locales a ambos lados donde poder esconderse y a menos de un quilómetro podía ver la estación de tren. Si el ejército había intervenido a tiempo, habrían tomado el control de la estación para facilitar la evacuación de la ciudad. Si no, como mínimo, estarían algo más lejos del corazón de la batalla.

Sabía que no era la decisión más táctica, pero tampoco lo era llevar un niño a rastras por medio de una ciudad en guerra, así que se sentía satisfecho. Se giró para volver a tiempo de ver como el gigante fuego llegaba a la plaza donde había dejado a Massimo y liberaba su rabia por haber perdido a sus presas contra los edificios que lo rodeaban.

En un movimiento casi instintivo se escondió detrás de uno de los vehículos que todavía quedaban en la ciudad. Un pequeño grupo de mercenarios subió las mismas escaleras que había usado él hacia unos minutos, riendo y bromeando, señalaron dirección al Coliseo. El gigante les siguió de un paso. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, el guerrero salió de su escondite y bajó las escaleras. El edificio estaba completamente destrozado y las ruinas no presagiaban nada bueno. Entró por lo que quedaba de la puerta y corrió hacia donde debería haber estado la puerta tras la que esperaba Massimo.

Pero allí sólo encontró un brazo inerte bajo un enorme cascote de piedra y, a su lado, prácticamente intacto, el suave osito de peluche. Tardó poco más de media hora en retirar todos los escombros hasta que pudo liberar el cuerpo del muchacho pero ya no había nada que pudiera hacer.

Acarició el pelo del chico por última vez y le pidió perdón por haberle fallado. Recogió el peluche del suelo y alzó la cabeza para ver como el ejercito de helicópteros encabezados por Thor abandonaba Roma. Las explosiones seguían, sin descanso, aquí y allí, el sonido de las armas resonaba por cada callejón y los gritos de dolor estremecían cada rincón de la ciudad. Pero no hubo nada que pudiera ahogar su promesa de venganza contra Thor y contra los Dioses.

Artedil recordó ese sentimiento corriendo entre sus venas, encendiendo su sangre. Desplegó dos alas blancas que había mantenido ocultas desde hacía años rasgando la chaqueta, ahora ya nada importaba. Con un leve impulso se elevó hasta los cielos. Buscó al monstruoso gigante de fuego y se abalanzó contra él.

Finalmente, tras una ardua batalla, logró expulsar a Surtur de Roma, pero ya era demasiado tarde. La ciudad había caído y miles de vidas habían sucumbido por el orgullo de los Dioses. Y trazó un plan. Buscó un sitio donde establecerse, desde donde estudiar y vigilar a los dioses, analizar sus habilidades y sus características. Así fundó su Refugio.

Se puso en contacto con todo aquel que necesitara de su ayuda, apoyó cualquier alzamiento pro-hombre y trabajó para que los hombres que quisieran, pudieran ser libres. Contactó con Pak y Trisha, y recibió ofertas de cooperación de un extraño grupo conocido como “La Orden”, que parecía tener un amplio conocimiento de los Dioses. Al principio le pareció que podían ser un poderoso aliado, incluso les ayudó con el proceso de liberación italiano, pero había algo en ellos que no le gustaba.

Trabajó duro, muy duro, prácticamente encerrado en aquel refugio.

Pero el 2 de marzo de 2014 todo cambió. 

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